¿Queda uno satisfecho tras el visionado de Thor?
Sí, pero queda un sabor agridulce ya que se percibe un potencial desaprovechado por incurrir en los clásicos errores de una industria dispuesta a arriesgar muy poco.
Thor es un película de contrastes
Si comenzamos destacando las virtudes podemos decir que por encima de todo podemos alabar el orgasmo estético que supone su visionado.
La recreación del mundo de Asgard es prodigiosa en cuanto a efectos especiales, pero más que simples efectos, la fascinación del espectador llega gracias a la elección de unos planos con perspectivas innovadoras que en ciertos momentos pueden provocar un babeo emocionado.
Sin embargo, no todo son aciertos, en algunos momentos en las batallas se puede uno llegar a marear por el dichoso efecto 3D y la borrosidad que lleva asociada al movimiento.
La banda sonora cumple su misión pero es estándar, sin más.
Respecto al casting, puede decirse que hay luces y sombras.
Thor es una película sobre dioses, pero la única deidad que se materializa y que provoca adoración es Natalie Portman, que con un personaje plano y a medio desarrollar consigue reventar el plano cada vez que aparece.
El pobre Cris Hemsworth, con sus cachas de aire comprimido y su sonrisa de falsario, no puede más que arrastrase por el metraje pidiendo clemencia. Físicamente da el tipo, pero sinceramente, para la interpretación del personaje deberían haber escogido a un actor de verdad.
Lo mismo le ocurre a Rene Russo, que en todo momento parece a punto de desenvolver un Ferrero Rocher para hincarle su quijada de caballo percherón.
Para Odín, en vez de Anthony Hopkins, me hubiese gustado ver a Nick Nolte, un becerro viejo, grande, carismático e intimidante, más que a la pobre zapatilla vieja Hopkins.
Una de las virtudes de la película es, sin duda, el humor del que en determinados momentos hace gala, y que visto lo visto, debería haberse potenciado. Un par de buenas carcajadas en el momento justo siempre consiguen liberar tensión para pulsar el reset emocional y comenzar la escalada de tensión hacia el climax.
¿Lo peor de la película?
Que es absolutamente fiel a la estructura mítica del cine de acción moderno, lo que la convierte previsible con promesas de aburrimiento. No es de las que se dejan ver dos veces.
La evolución de los personajes es demasiado rápida y poco creíble, lo que le resta interés por la historia y que lleva a terminar cediendo al espectáculo visual propiamente dicho y al fin y al cabo, vacío.
El engaño del 3D provoca cansancio ocular y asco por los directivos que tratan de evitar a toda costa el pirateo del cine, pero lo cierto es que quizá estén acelerando el proceso de destrucción del negocio por encarecer una entrada tres euros para ofertar como añadido mareo y frustración, con sólo diez minutos de escenas que realmente merecen la pena.
En definitiva, una película interesante, con unos diálogos ricos por momentos pero una temática demasiado trillada que hará las delicias de los frikis pero no de los cinéfilos, con un apartado visual sobresaliente y con un Idris Stringer-Bell Elba como guardián del puente arcoiris (muy parecido al mítico circuito del Mario Kart) capaz de intimidar con un vozarrón de ultratumba.
Consigue el objetivo, pero el personaje de Thor daba para más.
¡Bienvenido Vengador!