The Brutalist es de esas películas que me causaba una sensación previa claustrofóbicamente acechante, y es que independientemente de su estrambótica duración, iba con expectativas nulas sobre lo que esta odisea iba a proponerme. Y el tráiler era bastante ambiguo como para idealizar siquiera un remoto concepto de su oferta guionística y artística.
Ya dispuesto en mi butaca, y con los miedos disipados, me propuse a embeberme en este filme. Terminada la función, salí con una sensación satisfactoriamente deprimente por haber presenciado este menjunje trágico sobre la odisea de un don nadie con ideales tan ambiciosos como su pulcro y osado arte, que además ponía sobre el tablero uno de los temas más peliagudos de la inmigración: la perenne y eterna romanización del sueño americano.
Estimulantemente sensorial
Algo de lo que se puede jactar sin duda este filme es de su apartado técnico. Y es que la pulcritud que emana cada uno de sus detalles es tan pulido como el mármol mismo. Partiendo desde lo visual, nos encontramos con planos super estimulantes a la vista, predominados por la luz, el brutalismo visual, los detalles y la simpleza de la naturaleza. Son apartados que danzan bajo una cinematografía que juega con encuadres cada vez más cerrados conforme la cinta transcurre, transmitiendo esa pesadez y claustrofobia empáticamente agobiante tanto para el protagonista como para el espectador.
Respecto a la banda sonora original, aunque no ofrece un abanico amplio, es cierto que sus melodías aún resuenan en mi cabeza, como un eco de la tragedia que representa esta oda cinematográfica y que además logra transmitir la ambición del director en cada escena de una manera prístina.
Y que sería de un buen clásico cinematográfico sin su columna vertebral. Sí, estamos hablando del guión, que en este caso propone un enmarañe narrativo filosófico que no solo limita su contenido al melodrama propuesto, sino que de una manera descarada y sinvergüenza muestra las problemáticas más escabrosas de la época desde la perspectiva de un inmigrante que (paradójicamente) arriba a una Norteamérica que lo recibe con el encuadre invertido de la Estatua de la Libertad. De esta manera, se simboliza poéticamente el lado más turbio del sueño americano. Esto demuestra el milimétrico cuidado en el apartado técnico de esta película, condensando toda la pulcritud de estos apartados anteriormente mencionados en apenas los primeros minutos de esta propuesta fílmica.
El primer acto: Los cimientos de su grandilocuencia
Naturalmente, el primer acto de una película es su parte más vigorosa, y debe serlo. Qué mejor manera de hipnotizar al espectador que dejando la solidez de tus ideas plasmadas en la primera hora de tu propuesta. Eso es lo que el director logra con la primera hora y cuarenta minutos de metraje, un lienzo un tanto desdibujado donde el espectador empieza a notar una nitidez y estilo únicos conforme avanza la película. Con esto, se traza el bosquejo de una tragedia donde la supervivencia, la resiliencia, el poder y el abuso empiezan a tomar forma en un filme frenéticamente ostentoso y trágico.
Y es que ese encanto por lo desconocido que empapa al filme probablemente sea su principal atractivo. A esto se suman las magnéticas y camaleónicas interpretaciones de su terna actoral, encabezadas por Adrien Brody, quien polémicas de acento aparte, entrega una actuación bastante decente, transmitiendo esa inocencia y candidez que deja el plato servido para el exquisito desarrollo de su personaje (László Tóth). Por otro lado, Felicity Jones no se queda atrás y ofrece una actuación bastante remarcable, por no decir más, aunque la motivación y decisiones guionísticas respecto a su personaje (Erzsébet Tóth) no me terminan de convencer y probablemente sean una de las razones por la que este osado filme no termina de redondear su incuestionable perfección.
Añadir además, y ya desde un punto de vista más subjetivo, el hecho de que esta cinta se toma el tiempo de contextualizar las problemáticas de la época. Esto es algo que siempre he aclamado y valorado, y el hecho de que esta película enhebre esto en su enmarañada y refinada trama, es algo que en lo personal hizo que el primer acto fuese (aún más) fascinantemente seductor.
El intermedio: Su arma de doble filo
Ya hemos dejamos claro el panorama respecto a la calidad técnica de The Brutalist, que básicamente se resume a una atrevida oda exquisitamente realizada, características que son más palpables en el metraje previo al intermedio. Se trata de 15 minutos que parecen interminables, pero que sirven como un respiro para lo vertiginoso de este viaje propuesto por Brady Corbet. Lamentablemente, el ritmo desenfrenadamente seductor de la película empieza a decaer pasados esos 15 minutos, coqueteando con un tono más cotidiano (obviamente respaldados ya por la hora y cuarenta minutos de inmersión previas) y menos frenético, centrándose principalmente en el desarrollo de personajes que la hora previa al intermedio había presentado como las fichas perennes de este escabroso juego de ajedrez (nunca mejor dicho).
Así pues, el contraste que encontramos en ambos extremos del filme pueden resultar un tanto chocantes respecto a mantener ese ritmo fulgurante previo. A esto tenemos que sumar un puñado de decisiones creativas un tanto arriesgadas. Un ejemplo es la pronta incorporación de Erzsébet, que funciona, pero que hacen que el foco en melodrama central (Van Buren vs. Toth) se vea empañado por momentos provocando que el dinamismo y redondez que había alcanzado la cinta se vea aminorado. Y aunque por suerte la excelsitud técnica no suelta de la mano a este segundo acto de la película, el abrupto cambio de ritmo puede tornarse adormecedor y un tanto inoportuno.
Punto y aparte tenemos una mención honorifica. La película merece ese final, el cual termina de redondear y repuntar el ritmo del último tramo del largometraje. Lo hace deconstruyendo la psicología del personaje protagonista, y mostrando cómo este (consciente o no) la plasma en una de sus obras más trascendentales y ambiciosas, que sin augurarlo terminarían aplastando sus inconmensurables ideales.
Conclusiones
The Brutalist no es más que una propuesta atrevida que, en pleno siglo XXI, deconstruye las problemáticas más íntimas del idealismo humano. Desafiando al conformismo técnico, nos entrega un producto pulcro y casi- perfecto con una terna actoral de lujo que deja sangre, sudor y lágrimas en la propuesta. A eso se añade una trama que incita a reflexionar sobre cómo el humano puede ser presa de su propia ambición de una manera peligrosamente fácil, y cómo las circunstancias pueden estimular a que esto suceda de la manera más trágica posible.