Si hablamos de clásicos instantáneos, uno de los niños mimados del cine de culto es Gladiador. Y es que su trágica historia, con un telón bélico de fondo y la manera tan épica de narrarnos el ascenso y la osada travesía de un don nadie que desafió el poder, atrapó a millones de, ahora fieles y acérrimos, defensores de este clásico peplum que revitalizó la época dorada del cine histórico a inicios del nuevo siglo.
Allá por el 2018 fue anunciada una secuela, y entre tantos coqueteos del estudio (Paramount Pictures) con diferentes tramas que podrían abordar, surgió la descabelladísima idea que Nick Cave le propuso a Paramount, donde Máximo era castigado a vivir eternamente, ¿viajando en el tiempo? Sí así como lo oyen. La idea del musico australiano era que el personaje interpretado por Russell Crowe luchase contra Jesús, estuviese presente en la II Guerra Mundial y acabase trabajando en el pentágono felizmente. Para bien de todos, este delirio presuntuoso e intrépido no se materializó y el orgulloso progenitor (Ridley Scott) de este épico peplum regresó a tomar las riendas de su vástago más aclamado.
Ahora bien, como todos ya saben, Gladiador II ya es una realidad. Cuenta con Paul Mescal (mejor conocido por liderar el reparto de, en mi opinión, la sobrevalorada Aftersun), Pedro Pascal y el regreso de viejos conocidos como Connie Nielsen y obviamente el director, Ridley Scott. Así que con la aprobación de Cómodo, empezamos esta crítica.
Gladiator II: Un épico deja vú que sabe cómo reformularse
[ATENCIÓN, ¡ALERTA DE SPOILERS!]
En una época donde la nostalgia está en pleno apogeo y las secuelas, precuelas y reboots son la mejor excusa para mantenerse reinantes en un contexto fílmico que parece haber desempolvado las joyas cinematográficas más soberbias para abarrotar las carteleras globales con centenares de continuaciones, y que necesarias o no, rigen la inconmensurable industria hollywoodense de una manera bastante opresiva, llega esta epopéyica secuela.
Así que dejando los fariseísmos de lado, debemos admitir que el hecho de que la obra del británico Ridley Scott anunciara una secuela, parecía un movimiento descaradamente arriesgado y vertiginoso por parte del director, teniendo en cuenta su última racha fílmica que parecía haber pasado por una especie de sequía ovacionaria con filmes ambiciosamente blockbusteros como La Casa Gucci y Napoleón. Y es que, obviando su excelsitud técnica, no obtuvieron ni los millones ni los elogios de los que cintas previas de este calibre propuestas por el director habían gozado en el pasado.
La tarea que el director se había auto-encomendado era un arma de doble filo. Podría reinstaurar su era dorada en la industria o podría terminar no solo fracasando estrepitosamente [de nuevo], sino salpicando el legado que supuso la primera entrega. Afortunadamente, y por suerte para todos (incluida la billetera de Paramount) no sucedió, demostrando que el sello escandalosamente épico del británico aún resiste unos estampados más.
Así que vamos a comenzar esta crítica con la pregunta más común a la que toda secuela debe responder: ¿Realmente esta propuesta si quiera osa pisarle los talones a su hermana primeriza?
La respuesta, francamente, es no. Pero se queda por poco. Y es que a pesar de que se encasilla en los mismos clichés de la primera, y descaradamente calca parte de la plantilla y estructura sobre la que sentó sus cimientos, sabe cómo mover sus fichas para que no se sienta como trigo de la misma cosecha, haciendo una especie de ejercicio lúdico donde cada personaje es una especie de condensación o inspiración de varios personajes que nos entregó el primer filme.
Por ejemplificar, Macrino, el personaje interpretado por Denzel Washington, resulta un menjunje (y estereotipo) basado en el personaje de Próximo, con los toques ambiciosos no tan torpes de Cómodo (Joaquin Phoenix) y la astucia bastante consciente para ascender al poder del mismísimo Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe). Mientras, el personaje de Pedro Pascal (Acacius), aunque es presentado como un cortejante de los ideales de Cómodo, y el tráiler coquetea con la idea, resulta en un fiel y ferviente seguidor del sueño de Roma que tanto anhelaba Marco Aurelio. En tanto, Lucila (Conie Nielsen) se convierte en una especie de mártir con tintes Maximianos, ya que su conciencia la atormenta y sufre el mismo destino que su ex-amante. Por otro lado, Caracalla y Geta son la reencarnación Z del mismísimo Cómodo, con algún tornillo suelto más.
Respecto a las nuevas adiciones al reparto, como Paul Mescal, Joseph Quinn y Fred Hechinger, resaltar a estos 2 últimos. Nos entregan una suerte de dueto psicótico que parecen estar unidos al mismo cordón umbilical de Cómodo, con un desarrollo exquisito y frenéticamente perfecto. Destaca sobre todo el de Caracalla, que si bien es cierto que su desequilibrada personalidad llega desdibujarse un poco camino al tercer acto, rozando con la parodia, termina opacando al mismo Geta en el acto final del filme. En cuanto a Paul Mescal, sin duda sucede dignamente y hereda esa esencia que Máximo proclamaba en la primera cinta, que generaba una especie de trampa empáticamente hipnotizante, aunque lo logra en menor escala manteniendo esa personalidad cuadriculada, viril y dura del personaje. Y eso a pesar de que el abuso de este último elemento en la ecuación haga que nuestro héroe llegue a desbordar tanta animadversión, que, por consecuencia, haga que el juicio moral del espectador se vea empañado por una sensación de rechazo hacia nuestro nuevo protagonista, excusada básicamente como argolla argumentativa del desarrollo de su madre, Lucila.
Pedro Pascal, sí que merece que le dediquemos un párrafo entero. Y es que la principal pega que le podemos reprochar a esta secuela es su vaga presencia. El personaje es presentado como el sucesor de Cómodo, pero posteriormente sostiene su desarrollo con una actitud realmente heroica, que resuena en el monólogo que Lucio proclama cuando Macrino hace que ambos crucen espadas, y que termina de redondear un arco, que a opinión personal, pudo haber sido más explotado.
La fotografía y la banda sonora original: Sin novedad en el frente
Apartados técnicos de calidad mastodóntica. Eso es lo que destila la primera Gladiator. Sus ahora clásicos temas y su pulcrísima cinematografía se convirtieron en los principales impulsores de que este filme se emancipase como un largometraje de culto. Y si bien es cierto que esta secuela intenta imprimir ese sello y notas melancólicas que danzaban al compás del drama trágico de la primera entrega, estas no llegan a sentirse como un apartado sobresaliente independiente. Más bien se perciben como un elemento que está ahí para ambientar la escena, más no para elevarle personalidad o imprimirle un sello propio que convierta a estás melodías en una rúbrica fácilmente identificable, como lo hicieron Hans Zimmer, Lisa Gerrard y Gavin Greenaway en el 2000.
En cuanto a la fotografía, de igual manera esta se siente un poco limitada. Y no la culpamos, ya que parece que el enardecimiento que el director tenía por regresar a la épica Roma antigua le pasó factura. Se nota que el británico intenta subir el listón en lo que respecta a epicidad, valiéndose principalmente de la tecnología y el feroz avance que los efectos especiales han tenido en las ultimas décadas. Si bien es cierto ayudan en el cometido, dándonos epopéyicas batallas con nada más y nada menos que primates y tiburones (que nuevamente abren el debate contextual de la historia) que vaya que exprimen este apartado, llegan a percibirse como contraproducentes en contra de la fotografía, que se termina sintiendo descuidada por el festín de VFX que propone el director. El resultado es un mediocre abanico de fotogramas.
Gladiator II no es una copia de la primera, es un homenaje a su legado
Sería una osadía tremenda decir que esta película es mejor que su predecesora, pero también lo sería pretender sugerir que es un copy-paste de esta. Si algo bien sabe hacer esta segunda parte, es reformularse. No solo con sus personajes, si no con los hilos de su trama, que esta vez parecen entretejerse a la perfección para ofrecernos un inconmensurable y épico espectáculo repleto de giros y saturado hasta el tuétano de unos muy pulidos efectos visuales. Y aunque peca de carente (emotivamente hablando), en comparación de lo que proponía su hermana primeriza logra llegar a tener una personalidad propia bastante perceptible, honrando no solo el legado que supuso su predecesora, sino convirtiendo a este filme en una especie de efeméride bélica que usa los engranajes que le hicieron latir el corazón de su hermana menor. Eso sí, desde una nueva perspectiva que refresca los conceptos de poder y reinventa los ideales de la venganza, con sus legendarios personajes que cierran sus círculos ayudados por la argolla argumentativa, casi perfecta, de sus nuevos personajes secundarios.
Sin duda alguna, Gladiador II, cumple lo que promete. Es cruda, épica, voraz y ambiciosa como la misma Roma, pecando de ambición que paradójicamente también le termina restando algunos puntos. Sin embargo, es sin duda digna sucesora de uno de los peplums más queridos y aclamados de la historia.