Quién diría que allá por el inicio del nuevo siglo Ridley Scott, con bastantes éxitos a cuestas como Alien y Blade Runner, que dicho sea de paso cortejaban con tramas bastantes futuristas, se arriesgaría a hacer y a lograr atesorar no solo unos de los mejores peplums de la historia, sino una obra cinematográfica tan pulida como el busto del mismo Marco Aurelio. Gladiator no solo marcaría de nuevo la consagración del director, sino que además nos introducirían a dos diamantes en bruto que estaban a punto de descubrir su verdadero valor: Russell Crowe y Joaquin Phoenix.
Y es que el éxito apabullante y las pasiones que despertó no fueron en vano. Básicamente respaldada en lo desbordantemente perfecto de sus apartados técnicos, este largometraje se convertiría de inmediato en uno de esos clásicos instantáneos, que incluso con más de dos décadas encima, sigue envejeciendo perfectamente bien, tal cual los buenos vinos.
Así que habiendo resaltado lo obvio, y como un espectador que ha disfrutado esta cinta por primera vez en cines, vamos de desmenuzar de manera minuciosa cada apartado de esta epopeya histórica, que incluso con su guion construyéndose en la marcha (declaración del mismo Russell Crowe), logró narrarnos de una manera épica, aunque tomándose bastantes licencias, lo salvaje, desalmado y cruel del imperio romano desde un foco bastante emocional.
Bordando un peplum perfecto con el bendito hilo emocional. Suena a cliché, pero no siempre sale bien
Cuando se trata de poner en el tablero distintos géneros condensados en un solo largometraje, suele suceder que se establece una especie de lucha simbiótica, en donde uno se termina apoderando del otro. Esto sucede en bastantes cintas de tintes bélicos que inevitablemente tienden a abordar subtramas románticas o emocionales que, en ocasiones, o terminan dejando el conflicto central en segundo plano o lo emocional pierde peso por la priorización de las épicas coreografías en el campo de batalla. En el caso específico de Gladiator, Ridley Scott, muy inteligentemente, usa este gancho como pieza clave de la cinta, mas no como complemento, haciendo que este sea el principal impulsor de todo el drama que se desata después. Como consecuencia, ambos encuentran un perfecto equilibrio, dándonos una trama redonda y dinámica, que va construyendo armónicamente ambos elementos haciendo que estos converjan a la perfección.
Esta ha sido una plantilla que básicamente todas las cintas hollywoodenses han usado para aerografiar sus largometrajes bélicos, y no es para menos. Este elemento emocional siempre sirve como un desfogue y colchón para lo pesado de los entreveros y luchas diplomáticas que ambicionan este tipo de filmes, que de hecho, antes de que Ridley Scott tuviera tal atrevimiento, dicho género agonizaba rogando un soplo de aire fresco cinematográfico. Lamentablemente, aunque con Scott a la cabeza, resurgió no tan permanentemente como se hubiera esperado.
Rompiendo el estigma de un típico blockbuster
Vamos a dejarnos de hipocresías, ya que para nadie es un secreto que el término blockbuster no garantiza que un largometraje ostente calidad técnica, ya que mayormente este término es sinónimo de indiferencia e inmisericordia respecto al apartado técnico de una película. Si ahora nos ubicamos en el contexto actual, esto se acrecienta aún más, ya que en la actualidad las carteleras globales se rigen por el desgastado hype que suscita el cine de superhéroes y las inyecciones letales que desencadenan sobredosis de nostalgia, que obviamente beben y se valen del jugoso sello de ser «la secuela de». Esto, sumado al apogeo de lo «viral», hacen que un largometraje no asegure su éxito en base a su calidad técnica precisamente.
Ahora bien, si nos remontamos a aquella época, nos encontrábamos en un lugar donde prescindíamos de todo lo mencionado anteriormente y el cambio de siglo veía el resurgimiento del cine histórico. Además, las adaptaciones literarias comenzaban su apogeo (Harry Potter, Narnia, El Señor de los Anillos, Crespúsculo), el terror se reformulaba con el neo-gore (con James Wan como principal promotor) y asistíamos a la llegada de los zombis (El Amanecer de los Muertos, Resident Evil). Todo era un tanto distinto, ya que el boca a boca y la crítica especializada eran los que se encargaban de decidir el futuro de un largometraje, y si, como ya lo van presintiendo, Gladiator tuvo una merecida aceptación y hay muchos motivos que sustentan esto.
Para empezar, la película obviamente encajaba a la perfección en lo que se denominaba un blockbuster, con un director que gozaba de una trayectoria casi impecable, un presupuesto jugoso y una trama que aseguraba la resurrección del género del cine histórico. Con esto, el éxito debía ser inminente, y así fue, ya que no solo cumplió con su cometido de ser un éxito taquillero, cuadruplicando su presupuesto de 103 millones de dólares, sino que además fue la favorita de los Oscar del año siguiente, alzando 5 de las 12 estatuillas en las que estaba nominada. Salió victoriosa en las categorías de Mejor Película, Mejor Actor, Mejor Diseño de Vestuario, Mejores Efectos Visuales y Mejor Sonido.
Tan perfectamente imperfecta como el mismo Imperio Romano
Si bien es cierto, el solo hecho de colocar el término «imperfecto» junto a este largometraje podría considerarse un sacrilegio. Descuiden ya que no nos referimos a la catedra de excelsitud que destilan sus apartados técnicos, si no a esas licencias históricas que se toma la cinta, que desde un punto de vista ultraconservador podrían considerarse políticamente incorrectas, ya que usa el libre albedrío imaginativo del director para tomar algunas decisiones creativas que podrían diferir con el contexto histórico en el que se basan. Eso sí, sobre la marcha, parecen pasar desapercibidas, siendo la única «deficiencia» que le podríamos reprochar al décimo segundo hijo pródigo de Ridley Scott.
Ahora bien, es hora de dejarnos seducir por la perfección de la que hablábamos, que obviamente es monumentalmente superior al mísero detalle de la fidelidad contextual histórica. Así que vamos al grano destripando cada apartado técnico que grita exquisiteces por todos partes.
La fotografía: Un voraz y exquisito abanico de fotogramas
Hay que empezar por el apartado quizá más resaltante del largometraje, que además tiene una historia un tanto curiosa que se remonta a cuando Paramount Pictures y Ridley Scott coqueteaban con la inconcreta idea de esta historia. El director se notaba un tanto dubitativo con lo ambicioso de la película, y no le culpamos, porque este tipo de cintas son bastante inciertas y no siguen un patrón determinado que diagnostique un éxito seguro. Así que comprendemos a Scott.
Pasaría un tiempo, y entre cortejos por parte de ambas partes, surgió un detalle que hizo que Ridley se inclinara por aceptar la jugosa idea. Se trataba de la pintura Pollice Verso (1872) de Jean-Léon Gérôme, que fue puesta sobre la mesa por Paramount y que básicamente resume a la perfección la idea general del largometraje.
Y es que, omitiendo el dato curioso de la pintura, hay que resaltar que cada fotograma de este largometraje es un suspiro de epicidad, con planos fríos y cálidos que contrastan el contexto situacional romano, usando los tonos fríos para resaltar las amenazas hacía el imperio (como la apertura misma de la película o cuando Cómodo asciende al poder de Roma) y los cálidos para transmitir (una aparente) calma. Y si bien es cierto que hay planos que se sienten mal ensamblados, como el de la batalla inicial con una edición que imita el stop motion de una manera adrenalínicamente brusca y unos primeros planos osadamente resonantes que interrumpen lo epopéyico, estos terminan viéndose eclipsados por lo extremadamente pulcro de los demás fotogramas.
Otra aspecto de la fotografía a resaltar es el hecho de que la cinta también juegue con planos premonitorios. Vamos a enfocarnos en dos en específico. Por un lado la escena donde Cómodo confronta a Marco Aurelio y detrás de él se ubica el busto del mismo, dándonos el implícito pero contundente mensaje del constante anhelo de este por tomar el relevo de su padre. Por otro lado, el de Cómodo observando con ambición una maqueta del coliseo romano, que en principio invoca una ilusión de ser el coliseo real, hasta que una mirada con hambre de poder hace encuadre en la toma y rompe dicha ilusión, reflejando las oscuras intenciones del personaje interpretado por Joaquin Phoenix de retomar el censurado ejercicio que su padre repudió.
El sonido: Una epopeya lírica de grandes magnitudes
Entre las muchas virtudes de la decimosegunda película del director británico, hay una que literalmente termina de retocar las perfectas pinceladas que da este largometraje sobre su histórico e inmejorable lienzo. Se trata de la banda sonora, que va un paso más allá de lo épico, con notas musicales que endulzan los oídos del espectador y melodías melancólicas que refuerzan el lado emotivo del guión. Esto completa la redondez de cada escena, dándoles un significado único, como la icónica escena de la muerte de Máximo o la confrontación con Cómodo, momentos que quedarán guardados en la retina y oídos de muchos como las escenas más memorables de la historia del cine.
Un juego de ajedrez estratégicamente escrito y desarrollado
Ahora vamos al talón de aquiles de centenares de películas. El arma de doble filo de un buen filme es el bendito desarrollo de personaje, que independientemente de lo bueno de su guión, puede terminar sepultando el producto final. Afortunadamente este no es un mal que aqueje a Gladiator, ya que si bien es cierto que los personajes están en constante ajetreo y los hilos de sus tramas podrían enredarse, el director británico sabe trenzar las hebras del guión tan soberbiamente, que no solo usa como cimiento a nuestro bienquisto protagonista, sino que se esmera en que cada secundario tenga prioridad en su arco propio, desmarginando y desencasillando el tipico rol que los extras juegan en una historia.
Cabe resaltar sobre todas las cosas al trío naciente, conformado por los aún inéditos Connie Nielsen, Russell Crowe y Joaquin Phoenix. Son la argolla emotiva y dramática, y fungen como la columna vertebral del largometraje, formando una especie de trio amoroso. Tenemos a Phoenix encarnando al estólido Cómodo, la ambición encarnada en hombre, donde hay que destacar cómo usa Ridley Scott la ojiverde mirada del actor a modo de imán en cada escena propuesta para demostrar el poder expresivo del mismo. Por otro lado está Russell Crowe, Maximus, que es usado como el típico hombre cuadriculado con fuerza bruta, pero que sucumbe a la vulnerabilidad cuando es requerido, siendo la piedra angular emocional de la cinta. Mientras tanto, Connie Nielsen simboliza la sumisión y el relego de las mujeres en los temas diplomáticos de aquella época, manejando una actitud bastante apacible y tierna, pero a la vez con un fuego interno por unirse a la lucha en contra del golpe de estado de su infame hermano.
Respecto al guión, ¿qué podemos decir que no se haya dicho ya? Perfecto no es, pero si algo sabe hacer bien, es mantenerse dinámico. Aunque peca de predecible, propone bastantes líneas que si bien es cierto juegan mucho con lo filosófico, terminan alineándose a la perfección con el resto de elementos del largometraje, dándonos frases memorables como la icónica: «Mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del norte, general de las Legiones Fénix, fiel servidor del verdadero emperador Marco Aurelio. Padre de un hijo asesinado, esposo de una esposa asesinada y juro que me vengaré, en esta vida o en la otra«. O esta otra frase de Cómodo: «Padre, yo habría masacrado al mundo entero si tan solo me quisieras«, que definitivamente le dan un peso y personalidad muy marcada a la película.
Conclusiones sobre Gladiator
Para nadie es un secreto que esta película ha sido una de las obras más destacadas del británico Ridley Scott. Y es que no es para menos, ya que este básicamente reinstauró el género bélico nuevamente en Hollywood con este producto. Aún tomándose sus licencias creativas, cautivó a todo el mundo con sus exquisitos apartados técnicos que mas de 20 años después siguen sorprendiendo a propios y extraños. Con unos Connie Nielsen, Joaquin Phoenix y Russell Crowe que pedían a gritos ser la siguiente generación en líderar la terna de los Oscar, y vaya que al final lo consiguieron dejando alma, sudor y lágrimas en esta cinta. Desde luego, Gladiator hace justicia a la antigua Roma, por lo menos en lo épica, despiadada y ambiciosa que llegó a ser.