[Crítica] La Sustancia

Crítica La Sustancia

Probablemente, todos en algún momento de nuestra existencia hemos sido poseídos por la famosa «crisis de la edad», ya sea durante nuestros 20, 40 o la edad que fuere. Eso es algo naturalmente necesario camino a la madurez que nos da el hecho de entrar a la etapa adulta, pero algo que supone un reto aún más grande: aceptar los años. Es difícil, y sobre todo si ponemos sobre el tablero los estúpidos cánones de belleza, que son el cómplice y excusa perfectos para sacar a la luz otro eterno, estúpido y banal debate: los estigmas de la edad. Estos estigmas, como eslogan bandera, basan su argumento en tres simples pero contundentes palabras: «ACEPTAR LA EDAD». Esto podría ser una expresión que suena bastante hipócrita, si tenemos en cuenta el juicio y la presión social que ejerce la mayoría del colectivo actual. Contextualizado a lo abrumador y ambiguo de las redes sociales, que por doquier destilan una aparente y deseada perfección, esto no hace más que alimentar estas peligrosas fantasías. De esta premisa bebe La Sustancia.

La Sustancia es una película protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley, y que no solo deconstruye los estigmas y cánones de belleza y edad, si no que desde el punto de vista de una mujer de 50 años se encarga de mostrarnos el lado más limítrofe del común anhelo de la juventud eterna, mientras refleja lo repugnante e hipócritas que podemos ser como sociedad.

La Sustancia es pretenciosamente atrevida

Hay dos tipos de cintas respecto a los famosos largometrajes de autor: las que son osadamente pretenciosas y las que no. Pero hay un ligero problema en la mayoría de las que lo son, y es el hecho de que a veces lo de osado se les va de las manos. Se convierten en un callejón sin salida con tramas que tratan de filosofar demasiado, pero con guiones estúpidamente simples, que de hecho, esta cinta propone. Afortunadamente, de una manera magistral se convierte en un constante giro de tuercas que mantienen el guión dinámicamente perfecto.

Y es que desde el minuto uno, la película te pone en contexto y te deja las reglas del juego claras. Será asquerosamente reflexiva y ácida en todos los sentidos, camuflando bajo su regazo temas de vital importancia como la salud mental, la autoestima y la presión social. Y por más descabellado que parezca, cuadran a la perfección con la retorcida pero innovadora visión de la directora, que utilizando el body-horror, no solo busca generar morbo, si no que pretende (y logra) hacer una especie de ejercicio reflexivo brutal con el espectador. De esta forma, nos da una soberbia y osada muestra de que el cine de autor puede reinventarse de la manera más demencial posible, sin perder el clásico sello de calidad y sobriedad.

Incómodamente visceral

Y hablando del elemento conocido como body-horror, tenemos un abanico de posibilidades de cómo fusionarlo en diferentes circunstancias y tramas. Por ejemplo, hay largometrajes que usan esto para basar su trama, donde este elemento es vital para construir sus actos, mientras que otras meramente lo usan por morbo. En La Sustancia no estamos ante un uso por morbo, ya que de una manera inteligente, la directora logra que el body-horror sea la fibra que hila cada milímetro del guión, haciéndolo parte de un todo, evitando que este se sienta anticlimático y logrando que sea necesario para el desarrollo de la trama.

Como era de esperar, y al tratarse de un filme arriesgado y que no escatima en límites, tenemos momentos bastantes viscerales, que juegan y nos recuerdan lo adaptable y subsistente del cuerpo humano, usándolo como metáfora contrastante de lo grotesco y lo orgánico.

Jugando con los extremos de lo pulcro y lo inmundo

Grotesco y orgánico son dos términos completamente opuestos, pero sorprende como ambos son focos de contraste en la cinta. Hay que sacarse el sombrero ante Coralie Fargeat, ya que de una manera fabulosa y sin que el guión lo requiera (no nos referimos al body-horror, sino a que toda la película pudo ser 100% visceral y visualmente grotesca al estilo Saw), nos da una clase magistral de como usar dos planos visuales completamente opuestos para darnos una cinematografía que deleita y a la vez te hace querer vomitar.

El baño es básicamente la protagonista de toda esta orgía audiovisual, y es el lienzo perfecto para degradar la pureza de la actriz principal, además de que es el cómplice idóneo para una de las mejores escenas de Demi Moore, el bendito enfrentamiento entre Elizabeth Sparkle con su avejentado y psicótico reflejo.

Una experiencia sensorial completa

Las películas de autor, por lo general, están cuidadas al detalle milimétricamente, tanto en fotografía y sonido, como implícitamente en la trama, así que este filme no iba a ser la excepción. Eso sí, siendo algo más descarada en la propuesta.

Vamos a empezar con la guinda del pastel: la cinematografía. Es toda una oda visual, con planos que coquetean con romper la cuarta pared, amplios (en su mayoría) y con una limpieza inquietante, recordando mucho a Kubric, insertando fotogramas que aportan mensajes implícitos al largometraje, como el cuadro gigante del salón principal.

Respecto a la edición de sonido, este no se queda atrás, complementando la incómoda estructura grotesca que propone la película, glorificando y dándole énfasis notorio a hasta el más mínimo detalle.

Resurgiendo de las cenizas y quitándose la etiqueta de nepobaby

Para nadie es un secreto que el hecho de que Demi Moore haya protagonizado esta cinta es bastante paradójico, y supone un paralelismo entre la ficción y la realidad. Tras el huracán de películas como Ghost, Una Proposición Indecente o Streptease, su condición de una de las actrices mejor pagadas de la época y su trabajo en otras películas como Algunos Hombres Buenos o La Teniente O’Neil no evitaron su encasillamiento en sex symbol de los años 90. Aunque en los años posteriores no ha dejado de trabajar, se ha convertido en un claro ejemplo de cómo la industria maltrata a la mujer solo por algo tan natural como el envejecimiento.

Ahora hablemos del alterego de Moore en La Sustancia, Margaret Qualley. Para quienes no lo sepan, es nada más y nada menos que la hija de la mismísima Andie MacDowell, recordada por muchas cosas como su icónico dueto con Bill Murray en El Día de la Marmota. Esto, en los tiempos que corren, podría ser el sustento perfecto para los que consideran políticamente incorrecto el hecho de que la hija de una actriz famosa triunfe por nombre propio en la jungla que es Hollywood. Podría, fácilmente, entrar en el status de nepobaby, de no ser por que esta actriz ha venido calentando motores desde los inicios de su carrera sin hacer ruido alguno. Desde el coqueteo con los grandes estudios y Tarantino en Érase Una Vez en Hollywood, hasta su pequeño rol en Pobres Criaturas junto a Emma Stone, la actriz ha demostrado ser bastante camaleónica, y el encarnar a Sue no ha hecho más que hacer voltear los focos hacia ella.

Conclusiones sobre La Sustancia

En resumidas cuentas, y para ser concisos, La Sustancia se siente como un clásico del buen body-horror ochentero atrapado en pleno 2024, con una Demi Moore que parece haber esperado con ansias el momento para regresar por la puerta grande y una Margaret Qualley decidida a emanciparse como una de las revelaciones juveniles del año. Esta película juega a lo prohibido, es grotesca, atrevida, es como sexo pero sin sexo, pretenciosamente seductora, con una cinematografía deleitante, un sonido incómodo y un grito desesperado de convertirse en un clásico instantáneo como La Mosca, Carrie o Evil Dead. De hecho, si sois observadores, habréis notado miles de referencias que evidencian esto.