Si estás leyendo esto, tienes mis condolencias. Porque tú, al igual que yo y que muchos otros en el mundo, hemos experimentado algo con Vengadores: Infinity War que quedará para siempre señalado en los hitos del cine. Te doy la triste bienvenida a este santuario de almas rotas. Aquí, ahora sí, encontrarás SPOILERS dolorosos. Si todavía no la has visto, no leas más. Y si la has visto, lo siento. De veras que sí.
Y es que en mi caso, cuando has escrito multitud de críticas para cine y televisión, al final le coges el punto. Pero con Vengadores: Infinity War eso no ocurre. Esta es la crítica más difícil a la que me he enfrentado, y estoy seguro que me entiendes. El primer error, al menos así lo veo, es calificarla como película. Vengadores: Infinity War no es una película. Es una experiencia.
¿Por qué? Porque no todo se reduce a ver a un padre arrojar a su hija por un barranco para conseguir lo que más anhela. No es sólo ver cómo matan a tu hermano frente a ti, y ni tan siquiera poder gritar porque “Thanos exige tu silencio”. Y desde luego, no es –sólo- ver la desesperación de un chico, de un buen chico, al ver que su existencia se ve reducida a polvo y ni la persona que más admira, su héroe de la infancia, puede hacer otra cosa más que llorar.
Vengadores: Infinity War no es sólo una película. No puede considerarse como tal, porque para llegar hasta aquí hemos seguido a esta familia –porque eso es lo que es- durante diez años. En Marvel Stud10s lo saben, y por ello convirtieron esta “película” en algo más.
Empezó todo con el secretismo a nivel mundial. Le siguieron trailers falsos (esa escena de todos, Hulk incluido, corriendo hacia la cámara, o el borrado de las gemas que tiene Thanos en el guantelete durante su aparición en Wakanda) y finalmente lo redondearon con un murmullo de falacias. Porque a día de hoy, podéis comprobarlo, Jeremy Renner (Ojo de Halcón) sigue figurando en los créditos “oficiales” de la película. ¡Ja!
Mira si fueron lejos Kevin Feige y los suyos con el secretismo que un servidor aquí presente fue engañado cuando desde Marvel nos mostraron 25 minutos de la película en exclusiva. Esos veinticinco minutos van desde que Tony está sentado en el sofá de Strange hasta que Thor se marcha con Rocket y Groot. Es decir, pudimos ver la batalla de Nueva York hasta el rescate de Thor por parte de los Guardianes. Y precisamente en este último punto, la interacción de Odinson con Peter Quill y cía, Marvel nos timó. Son unos verdaderos trileros, porque en la versión final –la que habéis visto-, Thor cuenta a los Guardianes que Thanos mató a su hermano. Esa frase, esos dos segundos de escena, fueron borrados de los 25 minutos mostrados a la prensa, todo para ocultar el asesinato de Loki.
Es por ello que me quito el sombrero. Marvel ha marcado el son en estos diez años sobre cómo debe evolucionar el género superheroico. No se han conformado nunca con “entretener y ya está”, y es por eso que merecen un reconocimiento a la altura. Ellos han sido los pioneros en esto, y la ironía es que han cometido multitud de fallos precisamente por ser los primeros, pero han sabido leer la jugada y anticiparse. Vengadores: Infinity War es el resultado de ese anticipo. No más Villanos cutres, que diría Wanda. Y voilá. Llegó Thanos.
Thanos es desde ya uno de los mejores antagonistas del cine. Será recordado junto a Darth Vader y el Joker, junto a Alex de La Naranja Mecánica y junto a Hannibal Lecter. Y no tiene nada que envidiar a todos ellos. Está magistralmente escrito y magistralmente interpretado. Josh Brolin es una bestia que avanza por la galaxia como Negan por su casa. Pero en este caso, antes de caer en la apatía y perder todo su halo de terror por la incompetencia de los guionistas, Thanos triunfa donde Negan no. Armado con un guante en vez de un bate, los cadáveres se apelotonan en los márgenes como si esto fuera un maldito genocidio. Porque ese es el tipo de experiencia que querían proporcionar los hermanos Russo.
Ellos también supieron leer que las historias contemporáneas se han convertido más en tragedias griegas. Se dieron cuenta que a los espectadores de hoy en día nos gusta sufrir. Como en el ejemplo antes citado de The Walking Dead, o en la tremenda Juego de Tronos. En Marvel se adelantaron a todo esto –cualquiera diría que en su poder tienen la Gema del Tiempo- y nos brindaron una historia cruda, intensa y muy emocional. Además, curiosamente, estos momentos descarnados que salpican el film conforman un in crescendo que nos deja sin aliento.
Arranca con la muerte de Loki, un asesinato cruel y necesario para demostrar de lo que Thanos es capaz. Le sigue a ello el que es para mí la jugada maestra de la película, el sacrificio de Gamora para obtener a cambio la Gema del Alma. Sube el listón con el descubrimiento por parte de Peter Quill que Gamora ha muerto, y Chris Pratt lo borda haciendo que nos encojamos ante su frustración, ante su rabia desbocada –que, además, sirve para mostrar que son nuestras pasiones las que nos gobiernan y las que dan al traste con la única posibilidad real que tuvieron los héroes de triunfar-. Se eleva aún más el drama –y nuestro dolor- cuando Tony es apuñalado por su propia espada. Jamás, y digo jamás una escena me dolió tanto. Robert Downey Jr. se nos muestra vencido y vulnerable como nunca antes, con la sangre goteando entre sus babas mientras no sabe dónde dirigir su mirada impotente. Pero la cinta no se detiene aquí. Aprieta aún más el puñal que nos ha hundido en las tripas con la elección de Wanda, totalmente rota ante lo que debe hacer. Y por si fuera poco, la peor parte se la guarda esta mal llamada “película” -¿aún alguien duda que esto es una experiencia?-. Peter Parker, héroe de héroes, se nos muestra aterrado ante su propia muerte. Llorando en los brazos de Stark, que no puede hacer más que pensar: fallé.
Y es que de eso va esta historia. Esa es la jugada maestra de Marvel Stud10s. Mostrarnos que las apuestas son tan altas que, a veces, los héroes fallan. Pierden. Y cuando pierden, las consecuencias son nefastas.
Trillones de vidas perdidas. La mitad de la población del universo ha sido borrada del mapa, y nosotros no sabemos si compadecernos por los desaparecidos o por los que se quedan.
Este viaje nos ha llevado al límite, y es luego, con la mente fría, cuando empezamos a saborear todo lo que hemos vivido. Lo bueno y lo no tan bueno. La épica de las apariciones de Steve Rogers (Alan Silvestri, tu música bien se merece una estatuilla) y la todavía mejor entrada de Thor.
Mención aparte precisamente para Thor, por haberse convertido en el personaje que mejor ha evolucionado desde sus inicios. Y es que a pesar de contar con la trama más floja de esta “experiencia” llamada Vengadores: Infinity War –toda la forja de Stormbreaker queda muy por debajo del resto-, Chris Hemsworth consigue no sé cómo comerse la pantalla con cada aparición.
Casualidad o no, tras el genocidio universal son precisamente los Vengadores originales, los de Joss Whedon, los que quedan en pie. Ya, bueno, de Clint no sabemos nada, pero ¿alguien piensa de veras que no sigue vivo? No parece casualidad que sólo los nuevos sean masacrados, casi como si Marvel estuviera disponiendo sobre el tablero las piezas de tal manera para darle un colofón por todo lo alto de cara a propiciar un cambio generacional en os Vengadores.
Hasta entonces, esa otra experiencia que de momento llamaremos “Vengadores 4”, nos toca esperar un largo año. Y me sorprende escribir esto con una sonrisa en los labios, recordando precisamente una “experiencia” similar cuando Peter Jackson nos maravilló con la trilogía de El Señor de los Anillos, dejándonos doce meses de espera entre una historia y la siguiente. La diferencia, esta vez, es que no tenemos un libro donde nos diga lo que más o menos va a ocurrir. Ahora es momento de teorías. De volvernos locos. De soñar.
Tras lo que hemos vivido en las salas de cine, nos lo hemos ganado.