Si os parece, vamos a saltarnos los prolegómenos y vayamos directos al grano, que la ocasión lo merece. Estás a punto de leer un montón de párrafos que fácilmente pueden resumirse en una sola línea:
AMAZING. SPECTACULAR. THE ULTIMATE SPIDER-MAN.
Poco más que añadir. Pero como no os puedo dejar solo con los titulares, vamos a ahondar un poco en ellos.
El hype del momento es traicionero, y muy a menudo nos puede llevar a decir cosas que luego en frío no vemos de la misma forma. Por ello, vamos a tirar de prudencia y cautela. Spider-Man: Homecoming es la mejor película del trepamuros desde Spiderman 2. Para mí, ahora mismo, está por encima de la cinta de Sam Raimi, pero por una sencilla razón: Homecoming es un balance sumamente preciso entre acción, comedia y esencia Marvel. Seguramente sea junto a Deadpool la película del género que más te hace sentir como si estuvieras leyendo un maldito cómic. Es todo cuanto uno espera al ver los banners, los trailers y demás, pero más. Porque aunque a más de uno -entre los que me incluyo- les pareció que en el material promocional se desvelaba demasiado, los chicos de Marvel en sintonía con SONY han sabido guardarse un par de sorpresas de esas que te hacen acordarte de Pietro: “esa no la has visto venir”.
Tom Holland se carga el metraje entero a sus espaldas y nos brinda, ahora juntos por fin, a Peter Parker y a Spiderman. El chaval es a Spiderman lo que Daniel Radcliffe a Harry Potter (pero actuando bien, claro). Tiene el físico, tiene el tesón, tiene la bondad innata: el carisma del muchacho es digno de elogio. De hecho, es admirable cómo en solo cinco minutos Jon Watts nos presenta al Spiderman definitivo. No se me ocurre un personaje más heroico que Peter Parker, y el filme es toda una oda al heroísmo.
Al heroísmo, y al instituto. Es justamente ese el punto que me hace quitarme el sombrero. Una vez Steve Jobs dijo: “la gente no sabe lo que necesita… hasta que se lo muestras”. Y oye, qué razón tenía el hombre. La sensación que deja Homecoming es que el drama adolescente está muy, muy bien pensado. Era, a riesgo de sonar redundante, necesario. Necesitábamos al Peter adolescente tanto como necesitábamos al egocéntrico Tony Stark.
Hablando de Stark, para aquellos que se preguntan si esto es una película de Spiderman o de Iron Man, la cosa está bastante clara. Tony aparece poco, y cada vez que lo hace es siempre para supeditarlo a las necesidades del protagonista. Tony no chupa cámara, no está ahí porque sí, ni una sola vez. Es de agradecer el trato que se le ha dado al personaje (en mi opinión, un trato perfecto). No solo por sus comedidas escenas, sino porque para él también hay crecimiento como personaje. Y si no me creéis, atentos a su última escena.
Es precisamente en esos cinco últimos minutos de película cuando dices “la cosa no puede ir a mejor”. ¿Y sabes qué? Te equivocaste. No se me ocurre una forma más adecuada de cerrar una película de Spiderman. Simplemente, creo que no es posible. Y entonces, llegan los últimos diez segundos y… mejor me callo.
Para aquellos que ya empezamos a peinar alguna que otra cana, la sensación de empatía por el Peter adolescente es máxima. Soy de esos a los que Spiderman, de Sam Raimi, les cogió en el instituto. Y fue una experiencia increíble, el poder identificarme tanto con mi personaje de ficción favorito. Por ello, no puedo ni imaginarme cómo puede ser para un chaval de 15 años el ir a ver Spider-Man: Homecoming.
Mentira, sí que puedo. Casi hasta ha hecho que me vuelva el acné juvenil. Vale, decidido. Mañana vuelvo a ir a verla.
Lo mejor:
- El ritmo de la película es inmejorable.
- Tom Holland es una máquina.
- Es Ultimate Spiderman hecho película. Pero mejor.
- El traje. Co-jo-nu-do.
- Michael Keaton. No es un malo maloso, pero la escena del coche es de diez.
- El final. Perfecto.
- Homenajes a las viejas cintas de Spiderman, pero también al cómic (“Si este es mi destino…”).
Lo peor:
- Por decir algo, la banda sonora de Michael Giacchino cumple y poco más.
- La última escena post-créditos es la mayor trolleada de Marvel del siglo. Si no queréis esperar hasta el final, no os perdéis nada importante.