Lo cierto es que poco se puede decir que no se haya dicho ya de la etapa de Garth Ennnis y Steve Dillon al frente de Punisher, el Castigador. Cuando el personaje estaba más muerto que vivo, tanto literal como editorialmente, el bueno de Ellis se subió al carro del sello Marvel Knights para relanzar a Frank Castle en una serie limitada que redefiniría al personaje de una forma bastante simple: haciéndole regresar a sus orígenes.
Ahora, gracias a Panini Comics, nos llega el tomo Colección Extra Superhéroes 33. Marvel Knights Punisher 1: Bienvenido, Frank, que recopila los 12 números de esa serie limitada para que podamos rememorar en cualquier momento una de las mejores etapas del personaje, quizás la que más y mejor le ha definido.
Cogiendo las riendas de un personaje que no era nuevo para él, ya que cinco años antes escribió el especial Punisher Mata al Universo Marvel, y siempre con la recién terminada Predicador como telón de fondo, Ennis le pega una patada en toda la boca a lo que venía sucediendo con Punisher en apenas tres páginas, haciendo así borrón y cuenta nueva para presentar a su propia versión del vigilante, que no es otra que la original. Volviendo a los orígenes, Punisher se presenta de nuevo como un tipo que sale a la calle para convertirse en el azote de los malos, de la mafia, de los gángsters, de los corruptos y demás panda. Y decir azote es quedarse corto, porque ya sabemos que Castle solo tiene en cuenta el objetivo, y no le importan en absoluto los medios, ni la moral, dicho sea de paso.
Esto le viene a Ennis como anillo al dedo, ya que si se conoce al guionista, especialmente por su destacable trabajo en Predicador, la violencia explícita es algo que desde luego no falta. Ojo, nunca gratuita y siempre justificada, pero sin miramientos, recortes ni censuras. La acción, la brutalidad, la implacabilidad, la intimidación, la fortaleza y el no tener nada que perder son varios de los principales rasgos con los que nos encontramos aquí en la personalidad del Castigador, y como decimos, sin que haga falta mirar hacia otro lado.
Desde el primer minuto, vemos que lo que existe entre Punisher y Ennis es una relación especial. El Castigador lleva décadas existiendo, pero parece haber nacido para acabar en manos de un guionista que lo maneja como si fuese su preciosa y amada creación. Pero la cosa no se queda únicamente ahí, porque en una jugada más que maestra, Ennis introduce a una galería de personajes secundarios que llegan incluso a robar por momentos el protagonismo al propio Frank Castle. Así, nos encontramos con los peculiares vecinos de Castle, los miembros de la familia Gnucci liderados por su madre, o el aparentemente indestructible Ruso, del que nos regalan una memorable pelea contra nuestro protagonista.
Si en este punto alguien ha atado cabos y le suenan algunas cosas, decir que sí, que la película The Punisher se basó ampliamente en esta serie limitada, llegando a adaptar partes completas como la vivienda de Castle, sus vecinos o la pelea con el Ruso.
Y para presentarnos todo esto, Ennis vuelve a contar con su dibujante de confianza, Steve Dillon, destacado artista por sus trabajos en DC Comics al frente de Hellblazer, Animal Man y, por supuesto, Predicador. Es precisamente a esta última a la que nos recuerda su trabajo en las páginas de este tomo, tanto por la cantidad de violencia como por el estilo a la hora de retratarla. Pero no solo ahí, sino en el estilo de de la composición narrativa e, incluso, las facciones y aspectos de los personajes. Su mera presencia, y más si es junto a Ennis, ya hace presagiar un material que estará por encima de la media (algo que a posteriori queda confirmado).
En definitiva, este tomo se antoja como algo imprescindible en la historia moderna de Punisher, algo que todo fan del personaje, y diría más, todo fan de Marvel debería leer si o sí. Todo lo que vendrá después partirá de aquí, ya sea cómic o película, ya sea escrito por Ennis o por otro, porque si algo se había perdido antes de este material era la esencia del personaje, y Ennis ha sabido recuperarla para dejarla ahí incrustada de forma definitiva.