Panini Comics por fin nos trae el comienzo de una serie que, a priori, tiene todos los elementos que podría desear un buen fan de Marvel Comics. Si metemos en una batidora a Lobezno, el sello MAX, Japón y el conocido escritor de novelas negras Jason Starr, ¿no es cierto que lo que puede salir de ahí apunta a grandioso?
100% Marvel. Lobezno MAX 1. Ira Permanente es un tomo de 112 páginas que recopila los primeros cinco números de esta andadura de uno de los personajes más violentos del Universo Marvel por el sello que la Casa de las Ideas utiliza para su material dirigido a un público más adulto.
Lo primero que hay que hacer es recordar que aunque MAX está dirigido, en teoría, a un público mayor de 18 años, no es por su complejidad ni por su madurez, sino porque contiene violencia, sangre, lenguaje malsonante, desnudos, sexo y todo tipo de material políticamente incorrecto que sufriría rápidamente el peso de la censura en cualquier otro lugar. Esto tiene que quedar claro, porque en este tomo no vamos a encontrar búsquedas filosóficas de un yo interior, sino a Lobezno haciendo lo que mejor sabe hacer, que es rajar, cortar y rebanar.
Dicho esto, la historia gira en torno a un atentado terrorista sobre un avión, en el que casualmente viaja Lobezno. Nuestro querido mutante se despierta en Japón como único superviviente del atentado, sin recordar nada de quién es ni de lo que ha sucedido. A partir de aquí, comienza una aventura en la que Logan debe descubrir todo eso que ha olvidado, lo que le llevará a luchar por detener un nuevo atentado.
Obviamente, como cabría esperar, el guión ha sido creado para beber del género noir, en el que su autor es experto, y al ambientarse en Japón se mezclará con todo tipo de temáticas relacionadas con samuráis, yakuzas, honor y artes marciales. Desgraciadamente, Starr no acaba por profundizar ni en lo uno ni en lo otro, quedándose a medio camino de todo y de nada a la vez.
Si a eso sumamos que la historia está construida a base de clichés y elementos típicos de ambos géneros, el de la novela negra y el de samuráis, obtenemos que la originalidad brilla por su ausencia y nos quedamos con un quiero y no puedo en el que solo se salva la violenta acción contenida. Ni siquiera funcionan los giros dramáticos y sorprendentes (que a la postre resultan no serlo) que intenta introducir el guionista, y la alternancia de hechos actuales con flashbacks no hace más que confundir al lector.
El apartado gráfico, del que se ocupa principalmente Roland Boschi, se queda en una mera anécdota que cumple con lo requerido, pero que no será recordada ni un solo segundo después de cerrar la contraportada del tomo. Quizás, como elemento destacable, se puede comentar el uso del cambio de estilo de dibujo para según en qué época se esté narrando, ya que los flashbacks corren a cargo de Connor Willumson y Félix Ruiz, y el acierto en la mayoría de escenas de acción. Más allá de eso, la discreción es la base sobre la que se construyen los dibujos de la historia.
Y precisamente discreta, o incluso mediocre, es el adjetivo que nos podría servir para resumir una obra típica, poco original y muy inferior a lo esperado. Y lo peor de todo es que no cabe esperar nada mejor. Lo más destacable a nivel general, las portadas de Jock, y con eso queda todo dicho.