Hablando con Empire sobre varios proyectos en los que ha trabajado, el actor Nicolas Cage ha comentado también sobre qué siente la interpretar de nuevo a Johnny Blaze, así como al interpretar por primera vez al Motorista Fantasma. Al parecer, Cage se metió tanto en el papel que llegó incluso a creerse (exagerando un poco) que realmente era el Motorista Fantasma.
– ¿Cuáles fueron los mayores retos físicos y psicológicos a los que tuviste que hacer frente para interpretar tanto a Johnny Blaze como al Motorista Fantasma?
Fue la primera vez que interpretaba al Motorista Fantasma. Blaze fue fácil, sabía que era un hombre que había estado viviendo con una maldición durante ocho años y con su cabeza envuelta en llamas, y sabía el tono que eso requería. Lo comparé con un policía, o un paramédico que desarrolla un oscuro sentido del humor para sobrellevar los horrores que ha visto. Pero Blaze también ha causado horrores, así que se esconde porque no quiere herir a nadie más.
El Motorista Fantasma fue una experiencia completamente nueva, y me hizo pensar sobre algo que leí en un libro llamado El Hechicero, de Brian Bates, que también escribió El Camino del Actor. Él creó el concepto de que todos los actores, sean conocidos o no, provienen de hace miles de años, de tiempos pre-cristianos, cuando eran los médicos o chamanes del pueblo. Y esos chamanes, que según los estándares de hoy sería considerados como psicóticos, volaban por la imaginación y localizaban respuestas a los problemas del pueblo. Para ello usaban máscaras o piedras o algún tipo de objeto mágico que tenía poder.
Me vino eso a la cabeza porque yo estaba haciendo un personaje cuyo punto de referencia era el espíritu de la venganza, y podía usar esas técnicas. Pinté mi cara con maquillaje blanco y negro para parecer un icono afro-caribeño llamado Barón Samedi, o un icono afro-Nueva Orleans llamado Barón Saturday. Es un espíritu de la muerte pero también ama a los niños, es muy lujurioso, así que está en conflicto con sus fuerzas. Y me puse lentes de contacto negras en los ojos para que no se viera nada blanco ni las pupilas, para parecer más como una calavera o un tiburón blanco atacando.
En mi disfraz, mi chaqueta de cuero, cosí reliquias de hace miles de años del antiguo Egipto, y junté montones de turmalina y ónix y los guardé en mis bolsillos para juntar esas energías y dejar volar mi imaginación creyendo que me hacáin crecer de algún modo, o que estaba en contacto con antiguos fantasmas. Caminé por el set con ese aspecto, cargado con todas estas baratijas mágicas, y no dije ni una palabra a mis compañeros, al equipo o a los directores. Vi el miedo en sus ojos, y fue como oxígeno para un bosque ardiendo. Creí que era el Motorista Fantasma.